Por Jaime Roset.
No dejamos de sorprendernos. Para la mayoría de los participantes Las Hurdes han sido todo un descubrimiento, pero para nosotros, a pesar de haber surcado estos mares petrificados decenas de veces, esta comarca nunca es igual y también nos atrapa cada vez que regresamos.
El pasado 20, 21 y 22 de septiembre de 2013 nos dimos cita en el Complejo de Turismo Rural Riomalo, como de costumbre. Roberto, Abel, Yoli, David, Álvaro, Paco, Cristina, Bea, Juan Jo, Isabel, María, Paula, Ángel, Inma, Alexia, Alfonso, Manuela, Manuel y yo, Jaime, quisimos disfrutar de la berrea del ciervo, singular espectáculo de la naturaleza. Sin embargo, todo hay que decirlo, el verano retrasado y la falta de las primeras lluvias, nos dejaron el recuerdo de una berrea menos intensa que otras veces.
La primera noche, tras aposentarnos en las cabañas y una primera rica cena, bajamos algunos a la escucha de la brama al Meandro de El Melero. Tras un rato oímos algunos bramidos lejos, y poco después nos fuimos a descansar.
El desayuno de cazador nos dio fuerzas para empezar una jornada que ya prometía. Tras un breve briefing para situar la comarca y las riquezas naturales que encierra, salimos rumbo Arroladrones, pasando por la pista de despegue. Ahí aterrizan y despagan las avionetas de extinción y los helicópteros, que lamentablemente hacen falta casi todos los años.
La ruta cruza bajando y subiendo constantemente los cinco valles Hurdanos: El Valle del Ladrillar (o Riomalo), el Valle del Hurdano, el del Malvellido, El de Esperabán, y el del Los Ángeles. Tras un bonito mirador con Martilandrán y sus terrazas a nuestros pies, llegamos al refugio de pescadores donde hubo un pequeño almuerzo.
La ruta serpenteaba ya con Pinofranqueado a lo lejos, cuando tras seguir el curso del Rio de Ovejuela durante varios kilómetros hasta la entrada del valle del río de los Ángeles. Al final de esa pista hay un manífico mirador donde comimos contemplando el vuelo de los buitres leonados. Cabe decir que de camino pudimos ver una pareja de buitres negros, lo que constituye todo un privilegio por ser escaso y estar amenazado. Tras la comida con las viandas que llevábamos y un café calentito, bajamos hasta el río, donde atravesando una verdadera selva mediterránea, llegamos hasta el Puente de los Machos. Esa construcción enteramente de pizarra, sorprende por su perfección y curiosa forma ojival. Es un paraje único que inspira paz. Sesión de fotos, y subida regresando por pista hasta el cruce con la carretera de Ovejuela. Llegamos al pueblo y allí unos a caminar hasta el Chorrituelo, bonita cascada con su charca; y otros ya de regreso al hostal. En el Chorrituelo hubo tiempo para el baño y el relax que supone la contemplación de una auténtica cascada natural perdida en el monte. Regresamos caminando por la senda alta, y cuando llegábamos de vuelta al pueblo ya predominaban los colores acaramelados del atardecer, que nos invitaban a ir regresando.
En Riomalo cena Hurdana con lechazo a la brasa y paseo nocturno hasta el río Alagón quien quiso. Al día siguiente había que madrugar para intentar ver los ciervos y nos retiramos no muy tarde.
No amanecía aún cuando salimos en tres coches para encontrar un buen punto de observación de los esquivos venados. Se nos cruzaron varios y algún jabalí, pero a pesar de recorrer una buena distancia, no vimos mucho movimiento. De regreso, desayuno con migas ilustradas, y briefing para informar de la interesante ruta aérea que nos aguardaba. Hoy tocaba subir a la Sierra del Cordón hasta el Pico de la Lenteja por pistas encajadas en algunos cortafuegos, y tras disfrutar de unas impresionantes vistas de toda la comarca con la Sierra de la Peña de Francia, Las Batuecas, La Sierra de Gata, Gredos, el Embalse de Gabriel y Galán, bajamos hasta la carretera y de nuevo por pista hasta el Pico Cordón, buen lugar para almorzar. Justo antes de llegar hubo un pequeño contratiempo con una zanja que a alguno supuso quebranto y disgusto, ya que a pesar de estar marcada en el rutómetro, no se veía bien. Eso nos recuerda que no hay que bajar la guardia ni en pistas buenas.
Rodeando el Pico, estamos entre dos valles ya enfilando la bajada a Nuñomoral, donde siempre pasamos a ver a Abel, nuestro amigo de las Hurdes, con sus Kiwis y su vino de la tierra siempre dispuesto a ofrecernos.
En ese pueblo fue fin de ruta, pero no fin de aventura, ya que fuimos a comer a la piscina natural de Las Mestas, donde aún algunos se pudieron bañar mientras íbamos a por las ricas paellas que nos habían preparado Luisa y Maribel en el Restaurante Riomalo. Si lees esto y pasas por ahí, no dejes de degustar las delicias culinarias de este magnífico restaurante, que cuenta con carta típica de la tierra. Muy recomendable y excelente relación calidad/precio.
Tras comer muy amenamente de nuevo gracias a Paco, que bien podría ser un actor cómico de primera magnitud, llegó la hora de las despedidas y las promesas de volver. Deciros que para la organización ha sido una magnífica ocasión de conocer gente maravillosa con la que deseamos volver a coincidir en próximas aventuras. Muchas gracias, amigos. Os esperamos.